En su juventud, fue un admirador y alumno de Platón, a quien Dionisio había invitado a Siracusa; y que se esforzó por inculcar las máximas de su maestro en la mente del tirano.
La severa moralidad de Dion resultó desagradable a Dionisio II, y el historiador Filisto, un partidario fiel del poder despótico, consiguió su destierro por supuestas intrigas con los cartagineses.
El filósofo exiliado se retiró a Atenas, donde le fue permitido disfrutar sus ingresos en paz al principio; pero la intercesión de Platón (quien había visitado Siracusa para conseguir la destitución de Dion otra vez) sólo sirvió para exasperar al tirano.
Concentrando una fuerza pequeña en Zante, navegó a Sicilia en 357 a. C. y fue recibido con demostraciones de alegría.
Dion mismo, fue poco después reemplazado por las intrigas de Heráclides Póntico, y desterrado otra vez.