Descuartizador del Támesis

Obviamente, al no haberse identificado al asesino ni haberse avanzado mucho en las investigaciones, no se tiene certeza que todas estas muertes hayan sido realmente asesinatos, ni que todos estos posibles asesinatos hayan sido cometidos por la misma persona.

Poco más tarde, se fueron recolectando otras partes del mismo cadáver, a saber: el pecho derecho en Nine Elms, la cabeza en Limehouse, el antebrazo izquierdo en Battersea, la pelvis en Woolwich; y así sucesivamente, hasta que se armó un cuerpo casi completo.

Las autoridades rechazaron a muchos sujetos que se acercaron para saciar su morbo de contemplar el cuerpo destrozado.

Pero la policía obró con celo profesional, y únicamente a quienes se consideró con legítimas razones para ver esos fragmentos les fue exhibida una fotografía de los mismos.

[4]​ Comentando acerca de las lesiones, la revista médica The Lancet informó que: «Contrariamente a la opinión popular, el cuerpo no había sido troceado, pero era cierto que las articulaciones se habían abierto con habilidad, y los huesos resultaron perfectamente desarticulados, incluso en las articulaciones complicadas del tobillo y el codo.

Aquellos galenos no pudieron discernir la razón de la muerte ni acreditaron que un acto violento hubiese tenido lugar, por lo que el jurado convocado en la encuesta judicial regresó trayendo a la sala un ambiguo veredicto de «Found Dead» (Encontrado Muerto).

[6]​ Se llamó para estudiar estos restos cadavéricos a varios forenses, entre ellos al doctor Thomas Bond.

[6]​ El también forense Charles Alfred Hibbert (o Hebbert), ayudante de Bond, opinó que el brazo rescatado en el río pertenecía a aquel torso por la limpieza del corte asestado al separarlo del tronco, y por el diámetro de la amputación que exhibía el cuerpo en dónde se le cercenase ese miembro.

Se convocó al estrado a Frederick Wildborn, primera persona en percatarse de los restos en el sótano del edificio.

Esta vez decidió avisar a otros dos obreros, quienes destrabaron las ligaduras del cordel que rodeaba aquel envoltorio de viejos periódicos.

Ese mismo día, en horas de la tarde, una pierna izquierda apareció debajo del puente Albert, en Chelsea.

[6]​ Todos esos hallazgos dieron origen a un sumario judicial que tuvo su inicio el 17 de junio del citado año.

[6]​ Al igual que aconteció en las otras emergencias, no se pudo ubicar la testa de la presunta asesinada; pero ahora su identidad fue establecida.

Sea como fuere, al conocer la identidad de la occisa, aunque devino trascendente, no sirvió a la pesquisa policial pues en definitiva el asunto quedó sin solucionar.

En las pesquisas emprendidas de inmediato participaron los sargentos George Godley, Stephen White, y William Trick.

La idea no prosperó, ante la falta de aval médico y por la notoria disimilitud con los crímenes atribuidos a aquel.

El riperólogo Michael Gordon propuso la teoría de que Jack the Ripper y quien por esas mismas fechas desmembraba cuerpos y los tiraba en las inmediaciones del río Támesis, conformaron una misma persona y, además, también se atrevió a identificar al culpable que se ocultaba tras estos aberrantes procederes,[7]​ y a quien señaló como autor fue a Severin Klosowski alias George Chapman, sin dar mayor importancia a la edad de este postulado sospechoso, ya que en efecto, el recién citado nació en 1865, y era apenas un niño de ocho años cuando comenzaron a verificarse los macabros hallazgos corporales de partes desmembradas de cuerpos humanos en la capital inglesa.

Que el citado supo asesinar féminas ya lo sabemos; pues acreditadamente ultimó a varias mediante envenenamiento.

Una de ellas se debió a la novelista inglesa Sarah Pinborough,[10]​ y que llevó por título: “Mayhem” (“Mutilación”; editorial Jo Fletcher; Londres, Inglaterra, 2013; ISBN 978-1780871288),[11]​ también editada como “El segundo asesino”,[12]​ en su edición en habla hispana (Colmena ediciones, Editorial Hidra S.L, Barcelona, España, 2013).

El joven aristócrata James Harrington viaja a Polonia y, tras beber en las aguas de un río, será poseído por un demonio ancestral: El Upir.

La pareja de detectives integrada por Arthur Legrand y Bárbara Doyle perseguirán a ambos victimarios, hasta una confrontación final que deparará resultados inesperados.