En esta última parte se encuentran piezas perfectamente falsificadas e interpoladas, así como más de treinta cartas papales falsas.
En 833 el emperador Luis I el Piadoso fue privado de sus derechos imperiales por sus propios hijos, apoyados por parte del episcopado, preocupados de garantizar sus derechos y su autonomía.
Estas convulsiones políticas tienen consecuencias muy desagradables para los obispos de Francia que habían participado en la caída del emperador.
Zechiel-Eckes ha compilado numerosos indicios que implican a Pascasio Radberto, al mismo abad de Corbie y a uno de sus sucesores como pertenecientes al taller.
A todo acusador de un obispo se le amenaza con las penas del infierno.
Este desarrollo continua hasta el decreto de Graciano (hacia 1140).
Durante la Edad Media los especialistas tomaron las Falsas decretales como textos perfectamente auténticos.
Únicamente en el siglo IX el arzobispo Hincmaro de Reims parece haber tenido sospechas, o sabía más de lo que juzgaba político admitir.
De la parte católica habría aún algunas maniobras en retaguardia, pero poco más tarde de principios del siglo XIX ningún teólogo serio tenía dudas sobre su falsedad.
Un logro prodigioso para la época, la edición sufre no obstante de tres graves desventajas.
Seguidamente infravaloró el hecho de que las partes de las decretales basadas en textos auténticos estaban asimismo contaminadas en la redacción por las falsificaciones y no reimprimió para estos textos las ediciones vulgares.
La tradición manuscrita se agrupa en seis o incluso siete versiones diferentes, la más completa, llamada por Hinschius «A1» contiene las tres partes abajo mencionadas (manuscrito más importante Vat.
del siglo IX, Francia oriental); una segunda versión también importante es la clase llamada «A/B» con el Ms.