El (entonces) recién establecido país disfrutó de su plena soberanía durante dos décadas hasta que en 1939 la Unión Soviética y el III Reich firmaron el Pacto Molotov-Ribbentrop por el que ambos regímenes se repartirían Europa Oriental en esferas de influencia, incluidas Lituania y las otras repúblicas bálticas (Letonia y Estonia), ocupadas en junio de 1940 e incorporadas como repúblicas soviéticas.
En ningún momento presentó la dimisión, aunque delegó sus responsabilidades en el Primer Ministro Antanas Merkys, autoproclamado Presidente al día siguiente.
Posteriormente, los soviets utilizaron al gobierno para ofrecer una apariencia de legitimidad.
Más adelante, el Gobierno convocó unas elecciones amañadas para la Seimas Popular en el que los votantes solo pudieron votar un único partido de ideología comunista.
Al mismo tiempo se introdujeron reformas en el sistema de salud y educativo (ambos gratuitos).
Tales movimientos, considerados clandestinos e ilegales, estuvieron centrados en temas sociales y de derechos humanos.
Para los activistas y disidentes lituanos, esto supuso una oportunidad de oro que no debían perder.
En 1989 continuaron con sus demandas, las cuales se incluían tomar decisiones económicas y mayor autonomía dentro de la unión Soviética.
La ley por la que quedó restablecido el Estado sirvió de modelo e inspiración a otras repúblicas soviéticas.
[3] Con esta decisión, fue el primer estado del mundo en reconocer al país báltico, sin embargo todavía formaba parte de la Unión Soviética.
Cuatro años después, Lituania promulgó una ley por la que serían considerados ilegales la simbología nazi y comunista.