[2] También incluye un fragmento del poema de Cicerón sobre su propio consulado.
[3] Según tal corriente filosófica, la posibilidad de prever el futuro tendría un fundamento real y la prueba más evidente puede encontrarse en el acuerdo que todas las poblaciones demuestran tener desde siempre sobre este punto (consensus omnium)[4] Quinto pasa después a ilustrar las dos grandes categorías en las cuales resultan divisibles los métodos de clarividencia: por un lado, la adivinación artificial, que deriva de la observación de los prodigios y de la correcta interpretación de los mismos gracias a procedimientos rigurosamente estandarizados; por otro lado, la adivinación natural, determinada por la inspiración inmediata o por una visión directa que el alma - momentáneamente libre de sus vínculos corpóreos - advierte inconscientemente, como sucede por ejemplo durante los sueños.
[5] Sobre la veracidad de tales asuntos Quinto apela a la experiencia del mismo Cicerón cuando, sobre los Montes Albanos o en la Colina Capitolina, pudo asistir a prodigios que le anunciaron la conjuración de Catilina.
[6] En el Libro II Cicerón toma todos los argumentos y los ejemplos nombrados por su hermano, refutándolos uno tras otro y demostrando así su falta de confianza en el arte adivinatoria.
[7] De acuerdo con los principios filosóficos del escepticismo él ataca cada aspecto relacionado con los oráculos, la astrología y la aruspicina, contestando la seriedad, el cientificismo y afirmando que la religión adquiriría mayor crédito si fuese depurada de las creencias falsas y supersticiosas.