Su material era generalmente marfil, madera o metal, y se decoraban con ricos relieves.[2] Tales dípticos se hacían en marfil, grabados en relieves elegidos por el donante en su parte exterior, con un aspecto superficial similar a los codicilli, pero sin contener escritura ni estatus oficial.Podemos afirmar que los dípticos consulares cumplen claramente una doble función: en primer lugar la simbólica debido a su cara tallada que puede contener diversos temas: religiosos, sociales y políticos ya que se usaban como señal de estatus sirviendo como obsequios de gran valor por sus materiales y calidad, además son completamente funcionales debido a su uso como libros.No obstante, sería beneficioso señalar más casos históricos de su papel funcional.El marfil, como material exclusivo y muy utilizado para las últimas obras consulares realizadas en el Bajo Imperio, con un monopolio en la ciudad de Constantinopla.Señala además el contraste con los primeros dípticos en materiales más cotidianos como el cuero o la madera.Las caras, esculpidas, eran las cubiertas; el reverso, plano, de marfil liso, se revestía con cera para tomar notas o para recordatorio.[7]O José Mª Fernadez:Este se hacía sobre una ligera capa de cera extendida por la parte interna del díptico, y con el extremo romo del mismo punzón se podía alisar nuevamente la cera escrita, borrando así lo grabado y dejando la superficie en disposición de poder ser utilizada otra vez.Por ello no debe resultarnos extraño que esta idea de prestigio perdurase en el tiempo, como sucede con cualquier manifestación artística anterior a nosotros, y que por tanto los dípticos consulares adquiriesen una mayor valoración, como indica Lellia Cracco Ruggini:La reutilización en el Tardoantiguo parecía destinada al intento de revivir un pasado ahora distante, es decir a evocar formas clásicas con efectos aunque del todo cambiados […].[11]Esta valoración de los dípticos consulares explica por qué aun teniendo un origen pagano llegaron a ser considerados reliquias en el ámbito cristiano, conservando o reproducido muchos de los prototipos imperiales: vestiduras de los personajes (toga, trabea, trabea triunfalis), las insignias consulares (sceptrum, mappa, sella curulis, sedia gestatoria, tribunal, fasces) y todos aquellos aspectos relacionados con la ceremonia inaugural del consulado (ludi circenses, venationes y espectáculos teatrales).A pesar de ello, los dípticos siguen viéndose como algo ornamental y no histórico.[13] Estas obras, serán reutilizadas a lo largo de toda la Edad Media, ubicadas en grandes construcciones arquitectónicas, o simplemente para exponerse en un museo.En la época del medievo, estas imágenes se calificaron como asuntos religiosos capaces de contar una historia, es decir, les hemos atribuido un simbolismo que no existía.[16] Señala Ricardo Córdoba de nuevo: Aunque la reutilización se define a menudo en términos del coste de sustituir un objeto por otro nuevo (y los objetos se usan hasta el límite), en otros casos el factor relevante es emocional y/o psicológico: los objetos suelen estar ligados a recuerdos, o son regalos de seres queridos, por lo que su valor va más allá del ámbito material y es estrictamente personal.Los materiales en los que se realizaban estos dípticos podían ser madera, metal o marfil.En cuanto a su uso “comercial”, no negaremos que estos dípticos, en sus comienzos, eran usados como moneda de cambio.Desde tiempos inmemoriales, los constructores utilizaban materiales sacados de otras construcciones anteriores, como por ejemplo, en el Antiguo Egipto.
Díptico consular de
Magno
, cónsul de Constantinopla en 518. Se representa sentado entre las alegorías de Roma y Constantinopla; Louvre.