El desarrollo urbano y la aparición de locales especializados en lugares físicos (las denominadas tiendas) las hicieron ir desapareciendo.
El ayuntamiento fijó como número máximo el de treinta casetas, prohibió poner tinglados auxiliares, utilizar alumbrado o calefacción y subarrendar el puesto.
El canon municipal, que oscilaba entre las treinta y las cincuenta pesetas al mes, debía abonarse en los ocho primeros días de cada trimestre.
El proyecto no llegó a acomenterse y tras la Guerra Civil el emplazamiento ya se había estabilizado, haciendo que los primeros intentos de cambiar el emplazamiento fueran olvidados.
Durante las obras de 1986 los libreros volvieron por segunda vez al Paseo del Prado.
Las obras permitieron insertar entre las casetas existentes una con aseos, y otra para un vigilante.
Desde ese día la cuesta está presidida en la parte altapor el monumento a Pío Baroja, uno de los promotores de la feria, trasladado desde su primitiva ubicación en el cercano parque del Retiro.
En la parte baja de la Cuesta, junto al Paseo del Prado, se levanta el monumento a Claudio Moyano.
[7] Las puestos de los libreros aparecen en numerosas obras literarias ambientadas en Madrid.