Los militares reaccionaron a las protestas con actos arbitrarios que no contaban con la necesaria cobertura legal[cita requerida].
En los días siguientes, la población protestó enérgicamente contra la actuación de los militares prusianos.
Al teniente se le condenó por tanto simplemente a seis días de arresto domiciliario.
A la provocación contribuyó sin duda el que, tras cumplir su arresto domiciliario, el teniente continuase mostrándose en público sin ningún tipo de recato, acompañado por orden del comandante por cuatro soldados armados.
En sus apariciones públicas, el teniente era frecuentemente insultado y denigrado, especialmente por jóvenes manifestantes, sin que los agentes de policía pudieran impedirlo.
El día 28 se reunió una importante multitud ante las puertas del cuartel, lo que suscitó una extemporanea reacción de las tropas: Von Reuter ordenó al teniente Schadt, quien tenía en ese momento la responsabilidad de la guardia, que procediera a disolver a los manifestantes.
Entre los detenidos figuraban el magistrado-juez presidente, dos jueces más y un fiscal del juzgado local de Zabern, que se encontraban en la calle por casualidad al salir a comer.
El emperador se encontraba a la sazón en una cacería con Max Egon Fürst zu Fürstenberg en las posesiones de este en Donaueschingen.
La opinión pública se enfureció aún más, ante la evidencia de que el emperador quería escuchar aparentemente sólo la visión del ejército.
El Canciller del imperio, Theobald von Bethmann Hollweg, que se sentía cada vez menos consultado y más bajo presión, llegaba a la conferencia poco antes su final.
A pesar de que cinco soldados armados le habían acompañado y el zapatero iba desarmado y era minusválido, los jueces interpretaban su acción como legítima defensa, dado que el zapatero se había hecho culpable del crimen de lesa majestad.
En círculos militares Forstner recibió numerosos apoyos, dado que “había defendido el honor del ejército” con su violento acto.
El debate continuó al día siguiente, con un Bethmann Hollweg que se expresaba de nuevo sobre los acontecimientos.
Si bien su segunda intervención causó una mejor impresión, ya era tarde para cambiar la opinión generalizada en el Reichstag.
Cuatro días más tarde, se celebraron en 17 ciudades alemanas, entre ellas Berlín, Breslau, Chemnitz, Duisburgo, Düsseldorf, Elberfeld, Colonia, Leipzig, Mülheim, Múnich, Solingen y Estrasburgo, los socialdemócratas se manifestaban contra el despotismo de los ejércitos y pedían la dimisión de Bethmann Hollweg así como de Falkenhayn.
Además, las autoridades militares exigían el procesamiento penal, justificado en la ofensa a oficiales alemanes.
El tribunal se disculpaba por las actuaciones de los soldados, pero adjudicaba sin embargo la culpa a las autoridades civiles, cuya tarea habría sido cuidar del orden.
Dado que los acusados habían actuado según estas disposiciones, no podían ser condenados.
Mientras que muchos ciudadanos liberales que habían seguido el proceso con interés estaban amargamente desilusionados, un gran júbilo sobre el resultado del juicio se extendía entre los militares; incluso todavía en la misma sala de audiencia se felicitaba a los acusados.
En la orden se prohibía al ejército prusiano intervenir arbitrariamente en las competencias de las autoridades civiles.
Los habitantes de Alsacia y Lorena se sentían sin protección frente a la arbitrariedad del ejército alemán, más que nunca anteriormente.