Ante la iniciativa alemana, el general Louis Maurin, ministro de defensa francés, presentó al gabinete de Albert Sarraut un informe completamente desfavorable a cualquier reacción militar, manejando unas cifras absolutamente exageradas.
Así respecto al contingente alemán (calculado en 300.000 soldados sólo en Renania y alrededor de un millón en toda Alemania, frente a los 30.000 que marcharon efectivamente hacia la zona desmilitarizada), los requerimientos del alto mando francés se estimaron en 1.200.000 soldados para el avance, más las tropas de defensa de las fortificaciones y la preparación de la movilización general si se decidía contraatacar.
[2] Conforme a las declaraciones del general alemán Heinz Guderian, en los Procesos de Núremberg, las tropas de la Wehrmacht que entraron en Renania "no estaban preparadas en modo alguno" para afrontar un choque armado con las fuerzas francesas e incluso habría podido detener su avance una reacción decidida de los soldados apostados en la misma frontera; Guderian indicó que habían recibido del general Werner von Blomberg la orden de "retirarse inmediatamente de la zona si los franceses lanzaban un contraataque", al temer que una respuesta militar de Francia generase un conflicto europeo a gran escala para el cual el III Reich no estaba aún preparado.
De ahí que fuera inviable sin fondos públicos disponibles que Francia (pese a su mayor poderío bélico) pudiera sostener financieramente una guerra de largo alcance contra Alemania.
Una parte considerable de la opinión pública británica entendía que al desplazar tropas a Renania los alemanes solamente "recuperaban su jardín trasero" y no convenía reprocharles la violación de un tratado internacional, sino sostener una política de apaciguamiento con la que mantener unas buenas relaciones entre el III Reich y el Reino Unido, posición que sería avalada por el entonces ministro de Asuntos Exteriores británico Anthony Eden y adoptada finalmente en el seno del gobierno.