Originalmente era un palacio perteneciente a la Dinastía Folkung, reinante en Suecia en los siglos XIII y XIV.
Los reyes Magnus Eriksson y Blanca de Namur cedieron el palacio a Santa Brígida para que fuese habilitado como convento.
Los reyes solicitaron que, a su muerte, los monjes orasen por la salvación de sus almas.
Según las instrucciones de Brígida, el convento se compondría de un sector femenino, con 60 monjas, y uno masculino, con 25 monjes; con una abadesa y un confesor, este último designado por la abadesa.
El convento permaneció como tal hasta 1595, cuando las últimas monjas fueron desterradas a Polonia y Suecia se hubo convertido en un país luterano.