[1] Temiendo que otros militantes siguieran su ejemplo, ETA la condenó como «traidora al proceso de liberación vasco».
Llevaron un boceto sobre cartulinas recortadas a casa del artista que les recibió en la puerta de entrada exclamando: “¡Estoy enfermo!
(...) El resultado ya no parecía una pistola, tal vez una mano con un dedo acusador o algo inhumano como la propia cruz gamada.
Ocultó a medias esa forma negra bajo el borde del rojo como si asomase desde una oleada de sangre.
Ahora su cabeza se fundía con la bala que parecía salir del arma.