Un diamante, químicamente puro y cristalográficamente perfecto, es plenamente transparente, sin ningún matiz ni color.
Dependiendo del tono y la intensidad, un determinado color puede aumentar o disminuir el valor de dicho diamante.
Por ejemplo, la gran parte de los diamantes transparentes son más baratos si presentan tonalidades amarillas, mientras que los diamantes rosas o azules (como el Hope) pueden ser notablemente más caros que sus homólogos transparentes.
Los diamantes presentan sólo un determinado rango de colores: gris acero, blanco, azul, amarillo, naranja, rojo, verde, rosa a púrpura, marrón, violeta y negro.
Los diamantes de tipo I tienen al nitrógeno como impureza principal, con una concentración típica del 0,1%.
Si los átomos de N van emparejados, el color no se modifica, siendo el tipo IaA.
Si los átomos de N se presentan dispersos por toda la red, individualmente, obtenemos un color amarillo intenso o marrón en menor proporción, siendo los raros diamantes canary los que presentan estas características (un 0,1% del total de los diamantes minados).
Los diamantes de tipo I absorben en las regiones ultravioleta e infrarrojo del espectro, desde 320 nm.
Sin un desarrollo cooperativo, los primeros sistemas de gradación fallaban en que no tenían una nomenclatura universal.
Los primeros sistemas de gradación fueron: I, II, III; A, AA, AAA; A, B, C. Numerosos términos describían los diamantes de colores raros: golconda, río, cabo, azul blanco, blanco fino y gema azul.
Esta escala abarca desde el D (totalmente incoloro) hasta el Z, de color amarillo o marrón claro.
Los diamantes marrones más oscuros que K se gradan usando dicha letra y una frase descriptiva.
Estos sistemas de graduación son parecidos a los usados para gradar otras gemas, como el rubí, el zafiro o la esmeralda.
Por ejemplo, un diamante E (prácticamente incoloro) es mucho más caro que uno Y (amarillo claro a marrón).