[1] Se caracterizan por ser tiernos y apretados y tener hojas fuertes, gruesas y muy rugosas, con el nervio central desarrollado,[2] cuyo color varía del verde claro de las hojas exteriores al amarillo de los interiores.
Se cultivan durante todo el año,[1] al aire libre o en invernadero,[3] y se acogollan espontáneamente, no siendo necesario atarlos.
Tienen un sabor amargo, más fuerte que el de la lechuga común.
Se encuentran en el mercado casi exclusivamente como producto fresco, usándose principalmente en ensaladas.
[3] Se suelen servir cortados longitudinalmente en dos o cuatro trozos, y aliñados con vinagreta, siendo habitual acompañarlos con anchoas.