Junto con un hermano viajó a América y, finalmente, conoció Argentina poco antes de que terminara el siglo XIX y fijó allí su residencia definitiva, casándose al poco tiempo con una valenciana.
Vivía en el barrio de Flores y su primer trabajo en Buenos Aires fue encuadernar libros en una imprenta por un muy modesto salario.
Luego tomó otra sala desprestigiada, en Tucumán casi Suipacha, a la que puso el nombre de Buckingham II, que posteriormente entregó como parte de la adquisición de un cine tradicional: el Suipacha, sobre la calle de ese nombre, entre Corrientes y Lavalle, que se hallaba al lado del muy elegante cine Princesa, perteneciente a la familia Cordero, que años después construiría el Gran Rex.
Como la artista solo sabía bailar un poquito, Clemente Lococo le sugirió cantar un tango para mejorar la actuación y fue así que aprendió a entonar “Haragán” en un decir afrancesado.
Como faltaban películas para los barrios, Lococo volvió a tomar el cine Suipacha –que estaba en el centro- para estrenar y fue entonces cuando le ofrecieron el terreno de Corrientes 860 donde funcionaba el antiguo teatro Ópera, que iba a ser demolido por el ensanche de la calle.