El proyecto estuvo a punto de venirse abajo al constatarse el pésimo estado del cimborrio, edificando apenas hacía ochenta años.
Para ello, una comisión dirigida por el toledano Enrique Egas dictaminó como imprescindible el derribo del ruinoso cimborrio.
[1] El espléndido cimborrio, situado en el cruce del transepto con la nave central que proporciona luz al presbiterio y se voltea sobre cuatro trompas, considerado como la aportación española más original al problema del cerramiento del crucero, se eleva sobre los arcos ojivales con tracería gótica y los emblemas de Benedicto XIII y constituye una extraordinaria realización técnica por el juego de arcos de ladrillo que le dan estabilidad.
Al levantarse dicha estructura, fueron convocados a la ciudad del Ebro para edificarlo in situ los mejores arquitectos y decoradores de la época.
Las nervaduras, partiendo de los ángulos del octógono, forman una estrella y abren un hueco sobre el que se levanta con magnificencia una linterna.