Cien sonetos de amor

Oh nombre descubierto bajo una enredadera  como la puerta de un túnel desconocido  que comunica con la fragancia del mundo!

Algo que desde tan lejos me parecía  oculto gravemente, cubierto por la tierra,  un grito ensordecido por inmensos otoños, por la entreabierta y húmeda tiniebla de las hojas.

Soneto X Suave es la bella como si música y madera,  ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,  hubieran erigido la fugitiva estatua.

Soneto XI Suave es la bella como si música y madera,  ágata, telas, trigo, duraznos transparentes,  hubieran erigido la fugitiva estatua.

Soneto XII Plena mujer, manzana carnal, luna caliente,  espeso aroma de algas, lodo y luz machacados,  qué oscura claridad se abre entre tus columnas?

La harina levantó su granero contigo  y creció incrementada por la edad venturosa, cuando los cereales duplicaron tu pecho mi amor era el carbón trabajando en la tierra.

Tú caerás conmigo como piedra en la tumba  y así por nuestro amor que no fue consumido  continuará viviendo con nosotros la tierra.

No hay aquí sino luz, cantidades, racimos,  espacio abierto por las virtudes del viento hasta entregar los últimos secretos de la espuma.

Y entre tantos azules celestes, sumergidos,  se pierden nuestros ojos adivinando apenas  los poderes del aire, las llaves submarinas.

Y tu mano volvió de su vuelo volando  a cerrar su plumaje que yo creí perdido  sobre mis ojos devorados por la sombra.

La luz azul del muro conversa con la piedra,  llega como un pastor silbando un telegrama  y entre las dos higueras de voz verde  Homero sube con zapatos sigilosos.

Sí, gérmenes, dolores, todo lo que palpita  aterrado, a la luz crepitante de Enero,  madurará, arderá como ardieron los frutos.

Divididos serán los pesares: el alma  dará un golpe de viento, y la morada  quedará limpia con el pan fresco en la mesa.

Soneto XLIII Un signo tuyo busco en todas las otras,  en el brusco, ondulante río de las mujeres,  trenzas, ojos apenas sumergidos,  pies claros que resbalan navegando en la espuma.

Ellos -oscuros como piedrecitas- ahora  detrás de los caballos arrogantes, tendidos  van, gobernados al fin por los intrusos,  entre los edecanes, a dormir sin silencio.

Cuando el amor como una inmensa ola  nos estrelló contra la piedra dura,  nos amasó con una sola harina,  cayó el dolor sobre otro dulce rostro  y así en la luz de la estación abierta  se consagró la primavera herida.

Soneto LXIII No sólo por las tierras desiertas donde la piedra salina es como la única rosa, la flor por el mar enterrada,  anduve, sino por la orilla de ríos que cortan la nieve.

Tal vez consumirá la luz de Enero,  su rayo cruel, mi corazón entero,  robándome la llave del sosiego.

Soneto LXXII Amor mío, el invierno regresa a sus cuarteles, establece la tierra sus dones amarillos y pasamos la mano sobre un país remoto, sobre la cabellera de la geografía.

Adelante, ruedas, naves, campanas,  aviones acerados por el diurno infinito  hacia el olor nupcial del archipiélago,  por longitudinales harinas de usufructo!

Y al fin la casa abre su silencio,  entramos a pisar el abandono,  las ratas muertas, el adiós vacío,  el agua que lloró en las cañerías.

Soneto LXXXIII Es bueno, amor, sentirte cerca de mí en la noche,  invisible en tu sueño, seriamente nocturna,  mientras yo desenredo mis preocupaciones  como si fueran redes confundidas.

Adelantado otoño, panal silbante de hojas,  cuando sobre los pueblos palpita tu estandarte  cantan mujeres locas despidiendo a los ríos,  los caballos relinchan hacia la Patagonia.

Me inclino sobre el fuego de tu cuerpo nocturno  y no sólo tus senos amo sino el otoño  que esparce por la niebla su sangre ultramarina.

(Soledad sostenida por un constante rostro  como una grave flor sin cesar extendida  hasta abarcar la pura muchedumbre del cielo.)

Soneto LXXXVIII El mes de Marzo vuelve con su luz escondida  y se deslizan peces inmensos por el cielo,  vago vapor terrestre progresa sigiloso,  una por una caen al silencio las cosas.

En ese instante se terminaron los libros,  la amistad, los tesoros sin tregua acumulados,  la casa transparente que tú y yo construimos: todo dejó de ser, menos tus ojos.

Y así cuando la tierra reciba nuestro abrazo iremos confundidos en una sola muerte a vivir para siempre la eternidad de un beso.

Es una casa tan grande la ausencia  que pasarás en ella a través de los muros  y colgarás los cuadros en el aire.

Es una casa tan transparente la ausencia  que yo sin vida te veré vivir  y si sufres, mi amor, me moriré otra vez.