El nombre de la casa se debe a sus funciones; en ella se albergaba a los “expósitos” (del latín ex-posĭtus, puesto afuera), palabra que se aplicaba a los niños recién nacidos abandonados, generalmente en las puertas de las iglesias o en la calle.
Las razones sociales del abandono eran múltiples: recién nacido ilegítimo, hijos incestuosos, productos de violaciones, niñas solteras, fuera del matrimonio, hijos de uniones ilícitas.
Alguien depositaba al bebé en el torno, hacía sonar una campanilla que se encontraba adosada a la pared y un empleado, desde dentro del edificio, hacía girar el aparato y recibía al niño sin saber quién lo había abandonado.
Para proteger la ciudad, que en ese momento contaba con cerca de 28 mil habitantes, envía 9.000 soldados.
En los siguientes diez años, la institución recibió a más de dos mil niños.
Alguien depositaba al bebé en el torno, hacía sonar una campanilla que se encontraba adosada a la pared y un empleado, desde dentro del edificio, hacía girar el aparato y recibía al niño sin saber quién lo había abandonado.
En el año 1796, se dicta la Constitución de la Casa de Expósitos y, don Francisco Necochea dona 12 becas para que los internos más destacados completen su formación en España.
Hasta este periodo, los abandonos eran vistos por sus contemporáneos como un designio divino.
En este servicio, la caridad y la limosna constituyeron los firmes pilares del accionar de la Iglesia en la sociedad.
A partir de los cuatro años, los niños se daban en guarda como criados.