En 1931, Blas Infante comienza la construcción de la que será su residencia hasta su fusilamiento en 1936 siguiendo una idea original y propia que combina elementos del regionalismo y de la arquitectura andalusí.
La construcción terminó dos años más tarde, quedando situada en un altozano con vistas al Guadalquivir, Infante dejó el legado material más importante de su labor en pro de la autonomía andaluza.
Él mismo la diseñó no sólo como residencia, sino como reflejo físico de sus intereses vitales e intelectuales, adjudicando a cada elemento de la casa un significado, una intención.
El Centro de Estudios Andaluces, fundación adscrita a la Consejería de la Presidencia, fue la institución designada para su gestión, difusión y conservación.
Por dentro, la casa combina una serie de elementos como yeserías, azulejos, pinturas murales, muebles y columnas que conforman un interior ecléctico y abigarrado que encierra una profunda simbología.