[2] En 1953, con 23 años, regresó a Europa y trabajó en el Teatro Gärtnerplatz de Múnich.
El apellido Kleiber era una referencia demasiado inalcanzable en los primeros años 50 y cuando debutó en 1955, lo hizo con el seudónimo de Karl Keller.
Solo firmó contratos fijos con las orquestas de Potsdam, Zúrich, Stuttgart y Düsseldorf, en la Deutsche Oper am Rhein en 1966, y su nombre comenzó a disputarse entre las grandes orquestas europeas.
No hay que olvidar que los músicos tocamos muchas y repetidas veces las mismas piezas, las mismas óperas, pudiendo caer a veces en la rutina, y eso es malo para la música.
Y Kleiber lograba hacer de esa obra una cosa muy personal.”[4] Dirigió nuevamente Tristán e Isolda en 1978 en La Scala y lo llevaría al disco en 1980 en su versión con otros intérpretes con la Staatskapelle de Dresde.
Su anhelo de perfección le llevaba a ensayar con gran exigencia hasta alcanzar una comunión formal con la orquesta.
Durante los conciertos, Kleiber quería mostrar la frescura de lo inmediato[5] y un alejamiento del desarrollos rutinarios.
Restringió su repertorio a obras que ensayaba incesantemente en búsqueda de la perfección.
Al morir su esposa, la vida de Kleiber se apagó rápidamente, muriendo meses después.