Él la repudió al saber que estaba embarazada, basándose en las diferencias de clase y económicas existentes entre ambos.
Por añadidura, Dreyer aunque no vio ni vería mucho cine, señaló que los pioneros D. W. Griffith y antes de este dos suecos, Mauritz Stiller y, sobre todo, Victor Sjöström le influyeron decisivamente, como ya indicó en 1920.
Pero rodó todos los años en esa década, así la fallida Érase una vez (Der Var Engang, 1922), y dos veces en Alemania con la UFA, como Mikaël (1924), basada en una obra de Herman Bang, de gran calidad visual y psicológica.
La fama le llegó gracias a Du skal ære din hustru (El amo de la casa, 1925).
La actriz, Maria Falconetti, que encontró Dreyer en los teatros de París, fue dirigida meticulosamente por él; su genial interpretación, muy profunda, hizo que después abandonara el teatro; no hizo más cine, pese a un intento en Hollywood, y acabó en Buenos Aires, convertida al budismo.
[3] Dreyer no quería ser encasillado como místico, y su siguiente película, rodada esta vez por completo en decorados naturales, trató de una «bruja vampiro» (Vampyr – Der Traum des Allan Grey) (1932).
Para él, la expulsión de tantos artistas y escritores, desde 1933, convirtió una gran cinematografía en puro serrín.
En ella, combina una fervorosa historia de amor en el medio campesino con un examen acerca del destino.
Ella, con gran vitalidad, no se arrepiente nunca de las elecciones tomadas como dice al final, pasados muchos años.
[6] Es un director muy encerrado en sus ideas y proyectos (pero con preocupaciones políticas esenciales), de hecho no fue a ver películas en general.
Su perfeccionismo, por ejemplo, lo hizo suspender un rodaje porque las nubes no iban en la dirección esperada o elaborar costosos decorados sólo para que los actores se sintieran más inspirados.
Dreyer: Min Métier (Mi oficio, 1995), dirigido por Torben Skjødt Jensen, contiene recuerdos de quienes lo conocieron a fondo.