No se le escapaba que, si bien aún había peligros en la región, debía enviar todas sus fuerzas disponibles a batallar o romper la promesa, porque la guerra prometía ser muy dura.
La éoherë tomó rumbo al sur, cabalgando por la orilla oriental del río Anduin.
En las cercanías de Lothlórien, una neblina blanca cruzó el río y cubrió a sus tropas.
Pero Eorl notó que los caballos, en especial Felaróf, se sentían animados y contentos, y que la niebla alejaba la sombra del Nigromante, estableciendo a ambos flacos de las tropas «unos blancos muros de secreto».
Confiado por estas señales, Eorl avanzó resueltamente y el ejército le siguió como si fuera un viento fuerte pero silencioso.