Se creía que por las circunstancias de la muerte o del funeral, el alma se demoraba o estaba imposibilitada de abandonar el cuerpo quedando así atrapada en el mismo, revirtiéndose el proceso normal de descomposición del cadáver y estableciendo una situación entre la vida y la muerte en la cual el individuo redivivo pretendía continuar su vida cotidiana con su familia y comunidad aunque con resultados funestos.
[1] Un brucolaco se manifestaba inmediatamente cuando el cadáver era enterrado, como una figura fantasmal vagando por los caminos y calles, a través de los sueños de sus familiares cercanos, así como atormentando a parientes, amigos y vecinos, provocándoles la enfermedad o la muerte.
[2][1] A diferencia del prototipo eslavo de vampiro más popular actualmente, el brucolaco no era chupasangre y el daño que producía era emocional o psíquico.
Para combatirlo la costumbre popular más extendida era la cremación, práctica igualmente combatida por la Iglesia que alegaba que con ello la persona tenía menor probabilidad de salvación del alma en el momento del Juicio Final por lo cual propugnaba sustituirla por la realización de un exorcismo.
Otras prácticas eran la decapitación, sacarle el corazón y quemarlo o cambiar el cuerpo a un lugar desierto.