La utilidad de los aviones para machacar el frente o la retaguardia enemiga se vio casi al mismo tiempo que pudieron fabricarse aparatos lo bastante grandes como para transportar bombas.De este modo en la Primera Guerra Mundial los copilotos lanzaban las bombas a mano desde su puesto.No obstante todos estos sistemas se mostraron demasiado imprecisos como para poder destruir objetivos determinados, como puentes.[1] Estas dos consecuencias de las bombas tontas forzaron a la búsqueda de formas más exactas para designar, guiar y dirigir los ingenios destructivos.Posteriormente fueron profusamente utilizadas, y mostradas, durante la Guerra del Golfo, pese a mostrar un porcentaje de error de un 20 % o incluso más.