La Grand Slam, con sus diez toneladas, fue la bomba más pesada desplegada en la Segunda Guerra Mundial.
Rellena con explosivo convencional, fue desarrollada en 1944 al final de la guerra por la fuerza aérea británica para usarse contra grandes objetivos estratégicos, tales como búnkeres blindados y puentes.
Las aletas estabilizadoras estaban ligeramente inclinadas respecto a la vertical (5º) para conseguir la rotación alrededor del eje longitudinal con el fin de mejorar la precisión.
La bomba no había sido diseñada para atravesar directamente muros de hormigón; por esto a veces, al tropezar con materiales duros como hormigón o roca, la bomba se rompía y no podía penetrar en el objetivo.
Aunque esto no evitara que se produjera una gran cantidad de daño por la explosión.
De todas formas era más eficaz para este cometido que cualquier otra bomba.