Sin embargo, tuvo que irse de la abadía cuando enfermó.
Así se le ve cantar en voz alta las letanías de la Virgen María cerca de un tragaluz de una prisión y da a los prisioneros las monedas que le habían tirado por caridad.
Su ausencia de higiene y los parásitos se hicieron proverbiales.
Su errar perpetuo, muy común en la Edad Media, edad de oro para las grandes peregrinaciones, es, en el siglo XVIII, en camino a la época de las Luces, lo que se agrega a su santidad.
La noticia de su muerte se extendió por toda Roma por los gritos de los niños: E morto il santo (el santo ha muerto).