Los B-29 podían, por tanto, despegar en las Marianas, bombardear ciudades de Japón y volver a sus bases.
Gracias a este radar, cuando los B-29 pasaban por Iwo Jima, eran detectados con mucha antelación y cuando llegaban a Japón, sin cazas que los pudiesen defender, eran atacados tanto por las defensas antiaéreas como por los cazas.
Su superficie, volcánica, se extiende sobre 20 km² conformando una geografía accidentada compuesta por cerros, montículos, rocas, barrancos, grietas, gargantas, hoyas, depresiones y arenas de lava que la acción del mar ha convertido en polvo.
Por su parte, los submarinos estadounidenses habían hundido durante los dos últimos años prácticamente toda la flota mercante japonesa.
Estas circunstancias llevaron a comprender a una parte del alto mando japonés que la guerra la tenía definitivamente perdida, optando por reorientar la estrategia de las operaciones en aras de alcanzar un acuerdo de paz honrosa con los Estados Unidos que preservase, al menos, en el aspecto político el carácter divino institucional del emperador.
Esta actitud sería una de las razones esgrimidas por el general Groves y el presidente Truman para asestar un ataque atómico al Japón.
En esas circunstancias, los combatientes japoneses resistieron los últimos días con sus fusiles, pistolas y algunas granadas de mano.
El gran estratega Kuribayashi creó una técnica conocida como "caja de píldoras", que consistía en túneles subterráneos en toda la isla conectados entre sí.
La defensa de la isla es hasta el último soldado imperial y Tadamichi Kuribayashi hará que cada vida inmolada sea muy cara para el enemigo.
Los fortines y las posiciones fueron construidos con especial atención de que no hubiese ángulos muertos, para que todo punto atacado pudiese ser defendido con la ayuda de los puestos vecinos.
Toda la costa restante de la isla es rocosa y por entonces tampoco existía ninguna instalación portuaria.
El mando japonés había previsto en su plan de defensa permitir el desembarco sin fuego de castigo y concentrar en su lugar el ataque, una vez los invasores hubieran penetrado en el interior, desde las posiciones del monte Suribachi.
Cuando desembarcaron las primeras unidades, los atacantes descubrieron las características del terreno y las dificultades siguientes, aprovechadas por los japoneses, que los esperaban para impedir su avance por la isla.
Tampoco los cañones autopropulsados y los tanques M4 Sherman previstos para abrir el camino lograron avanzar a la velocidad necesaria.
Otras tropas que también habían conseguido salir del atolladero de la playa, a mediodía ya luchaban en el aeródromo situado más al sur.
Pero aún había demasiados soldados y material en tan poco espacio, de modo que se suspendieron nuevos desembarcos.
Cuando desde los barcos vieron ondear la bandera, la saludaron eufóricos con sus sirenas pensando que el desembarco había tenido éxito.
Los estadounidenses debieron emplear su superioridad técnica para el avance y así, una vez que las unidades de ingenieros limpiaban los pasos minados, los tanques allanaban el camino a los vehículos y la artillería móvil que avanzaban para la protección de la infantería.
El operativo logístico sanitario desplegado por los estadounidenses resultó de gran importancia, ya que su sistema de comunicaciones permitió procurar la ayuda efectiva necesaria a los caídos por parte del cuerpo de sanitarios, que tuvieron que dar muestras de valentía arriesgándose por rescatar a los heridos que luchaban por vivir, mientras los adversarios japoneses luchaban con igual valentía sin rendirse, como les habían solicitado sus superiores, hasta la muerte.
Una vez terminado el castigo artillero, se desarrollaba una competición entre defensores y atacantes por alcanzar antes que el contrario la posición bombardeada.
Los pocos japoneses que quedaban en un túnel subterráneo, se dieron cuenta y salieron de su escondrijo y atacaron a los estadounidenses, resultando muerto el fotógrafo que había tomado la primera foto.
Uno era enfermero de la marina, John "doc" Bradley, y los otros eran Rene Gagnon e Ira Hayes, que fueron tratados como héroes.
Los otros tres soldados de la fotografía (Franklin Sousley, Michael Strank y Harlon Block) cayeron en Iwo Jima.
Según el historiador Samuel E. Morison,[5] las fuerzas estadounidenses sufrieron 24 480 bajas, de las cuales 4197 fueron muertos directos en los enfrentamientos, 19 189 heridos y 418 desaparecidos.
Por la parte japonesa resultaron muertos 20 703 soldados, prácticamente la totalidad de los efectivos, entre los cuales estaba el comandante Kuribayashi, siendo hechos prisioneros únicamente 216 supervivientes.