Con el tiempo se establecieron diversos cultos públicos que tenían lugar en los distintos santuarios y templos colocados alrededor de la ciudad.La excesiva cantidad y diversidad de presagios e interpretaciones, ya que cada clan, ciudad, individuo, etc. llevaba a cabo sus propios auspicios, causó que el sistema patricio de los augurios se fuera imponiendo sobre el sistema de los auspicios libres.Asimismo, los augures dividían los signos en prodigios representativos, alegóricos y ordinarios, y se denomina procuratio a las medidas que tomaban los romanos después de haber visto una señal, una vez identificada la divinidad de la que provenía dicho prodigio.Ennio, en su obra denominada Anales, describe un auspicio llevado a cabo por Rómulo y Remo, que se encontraban en disputa por el gobierno de la ciudad que iba a ser fundada.En este pasaje podemos observar como Rómulo y Remo se sientan para observar el vuelo de las aves, lo que nos aporta información importante sobre el ritual de los auspicios.Además, Cicerón nos dice que Rómulo tuvo siempre muy en cuenta los auspicios y estableció augures, seleccionando uno de cada tribu, para que le ayudaran a la hora de tomar decisiones con respecto a los asuntos públicos.Esta formación de una nobilitas patricio-plebeya impulsó la aprobación de la lex Ogulnia, según la que se debían añadir a los 4 augures ya existentes 5 augures más, siendo estos últimos, plebeyos.Como podemos observar, el número de augures siempre debía ser impar.Ningún augur que fuera enemigo de alguno de los augures ya existentes podía ser cooptado y, cuando se moría alguno de los augures, los restantes presentaban un candidato al Colegio, que debía dar su consentimiento, según la lex Domitia (104 a. C.) y la lex Atia (63 a. C.).[3] Los augures no podían conocer el futuro, pero sí que eran capaces de discernir, mediante los auspicios, si un acto humano era acorde a la voluntad divina o no.Durante la propia asamblea podían producirse signos, auspicia oblativa, que indicaban, dependiendo de los intereses de quienes tomaban los auspicios, si había que disolver o no dicha asamblea.«...con la pretensión de que los auspicios eran desfavorables, Pompeyo disolvió la Asamblea cuando el pueblo se disponía a votar la elección de Catón a la pretura» , dice Plutarco.[7]A su vez, podían aplazar una consulta sin dar respuesta alguna, retrasar una asamblea, una batalla, etc.[2]Por otro lado, en las asambleas siempre debía haber un augur para corregir al magistrado que la presidía si era necesario y los augures actuaban como corte suprema de justicia estableciendo, según el ius que poseían, la legitimidad de las leyes.[2] En el periodo anterior a la segunda guerra púnica, el pueblo romano fue perdiendo interés y confianza en los signos que buscaban los augures, sobre todo, a través de la observación de las aves.