Con solo un año Amy ya tarareaba muchas melodías con precisión y en la tonalidad en la que las había oído originalmente.
Mientras tanto ella se limitó a aprender melodías y cantarlas acompañándose de un teclado imaginario.
Cuando esta la quería castigar, le prohibía acceder al instrumento durante un tiempo o tocaba algo en el modo menor, cosa que ponía muy triste a Amy.
El tamaño de sus manos era muchas veces un problema y tenía que omitir algunas notas al tocar.
Después de un recital en Boston la contactaron varios productores que habían quedado fascinados por su talento a tan temprana edad.
En los campos más teóricos de la música prefirió ser autodidacta hasta que cuando tenía catorce años conoció a Junius W. Hill, con quien estudió armonía y contrapunto durante un año.
A Amy le gustaba experimentar con su música y siempre prefería crear que seguir los pasos de los demás.
[8] Fue la primera sinfonía compuesta e interpretada por una mujer americana y se volvió muy popular.
Regresó a Estados Unidos en 1914 al estallar la Primera Guerra Mundial y decidió asentarse en Nueva York para el resto de su vida.
Tocó para iglesias y escribió obras para la Chamber Music Society de San Francisco.