Adiós a mi concubina (en chino, 霸王別姬; pinyin, Bàwáng Bié Jī, que se traduce literalmente como El gran señor abandona a su concubina) es una película china de 1993 dirigida por Chen Kaige.
Su madre, para hacer que le acepten en la escuela decide entonces cortarle el dedo extra.
El entrenamiento en la escuela es duro y riguroso, pues conseguir la flexibilidad necesaria para las acrobacias depende de la realización de ejercicios, los cuales pueden llegar a ser muy dolorosos y los maestros azotan a aquellos que incumplen la disciplina.
Sus nombres cambian entonces, pasando a ser Duan Xiaolou (Zhang Fengyi) y Cheng Dieyi (Leslie Cheung).
Juxian, aprovechando la situación, salda su deuda con la dueña de la Casa de las Flores y haciendo creer a Xiaolou que la han echado, le dice que si no cumple su palabra solo le queda suicidarse.
Los militares irrumpen en el juicio y Dieyi queda finalmente en libertad bajo fianza, pues tiene que actuar, ahora, para las nuevas autoridades.
Más adelante, tras su recuperación, las autoridades preguntan a Dieyi su opinión sobre las nuevas obras comunistas y éste responde que no son de su agrado, por lo que un joven le recrimina su visión capitalista de la ópera.
Este joven resulta ser el bebé que Dieyi llevó a la escuela, Xiao Si, y al que más tarde acogió y entrenó en su casa para hacer el papel de dan.
Sin embargo, Xiao Si se niega a aceptar el castigo y abandona la casa.
Dieyi, por su parte, acusa a Juxian de haber sido prostituta y cuando la Guardia Roja pregunta a Xiaulou si esto es verdad, él contesta que si, y cuando le preguntan si la ama, responde que ya no la quiere.
Adiós a mi concubina recibió el aplauso unánime de la crítica cinematográfica mundial.
[2] El crítico del New York Times, Vincent Canby, lo elogió por "acción, historia, color exótico", revisando positivamente la actuación de Gong Li, Leslie Cheung y Zhang Fengyi.
[3] En Nueva York, David Denby criticó el "espectáculo" pero sintió que sería digno de sobresalir en el cine internacional, retratando un triunfo del amor y la cultura a pesar de los momentos oscuros.
[4] Hal Hinson, escribiendo para The Washington Post, destacó "su desvanecimiento por el teatro, con sus colores, su vitalidad e incluso sus crueles rigores".