Se lleva a la conclusión que sin la unción del Espíritu Santo no hay iglesia.
Du Cange, en su Glosarium oleum benedictum, cuenta que el aceite se empapaba primero en paños de algodón y luego se metía en unas pequeñas ampollas, generalmente de cristal, para facilitar su traslado.
Los Papas enviaban como un gran regalo aceite santo a los reyes y personajes ilustres.
Se sabe que Gregorio Magno envió a Teodolinda sesenta y cinco ampollas con este contenido, que había sido extraído de las tumbas de los mártires más venerados.
Se conservan algunas de estas ampollas, incluso las hay que llevan la primitiva etiqueta escrita.