Ha gozado siempre de una gran estimación entre los fieles, tal como se desprende del hecho de que su uso litúrgico se haya mantenido sin interrupción durante mil quinientos años.
Se cuenta que el patriarca Sergio hizo llevar en procesión, por toda la ciudad, el icono de la Santa Madre de Dios, exhortando a la población a no perder –en aquellos difíciles momentos- la confianza en su protección.
Desde el principio, el himno parece haber sido muy apreciado no sólo devocionalmente, sino también en su aspecto poético: así Romanos el Meloda lo toma como modelo para su Himno de la Historia de José, existe también un acatisto del Tránsito de la Virgen muy antiguo y, posteriormente, son numerosos los kondakios a los que sirve como modelo.
La primera parte del Himno Acatisto a la Madre de Dios relata poéticamente la Anunciación, el Nacimiento y primeras manifestaciones del Hijo de Dios y la segunda parte está constituida por reflexiones teológicas acerca de estos misterios en todas sus aspectos: teológicos, soteriológicos, sacramentales, espirituales y, sobre todo, mariológicos.
El Himno Acatisto es insertado en el servicio de Pequeñas Completas junto con el Canon litúrgico, compuesto por san José el Himnógrafo; se suele llamar a todo el conjunto el “Servicio del Acatisto”.