Academia Cubana de la Lengua

Esta intención fue factor importante que propició el surgimiento de una corporación semejante en Cuba.

La directiva quedó compuesta por un director, un vicedirector y un secretario; estos tres cargos, establecidos por la Real Academia Española, fueron desempeñados por Enrique José Varona, Fernando Ortiz y Antonio L. Valverde, respectivamente.

Una vez constituida la Correspondiente cubana, se acordó crear una comisión integrada por Fernando Ortiz, Antonio Sánchez de Bustamante y Francisco de Paula Coronado para redactar el reglamento que regiría el trabajo y la vida académica.

Entre sus respectivas direcciones aparecieron Fernando Figueredo Socarrás y Antonio Sánchez de Bustamante.

En varias ocasiones asistieron importantes invitados como Dr. Max Henríquez Ureña, miembro correspondiente en la de República Dominicana.

La Academia tuvo un notable desempeño a pesar de la situación política del país y la profunda crisis económica por la que atravesaba.

Así, podrían proporcionar asesoramiento sobre la enseñanza del español en la escuelas y serían consultadas, desde el punto de vista gramatical, para la redacción e interpretación de leyes, decretos y todo lo que implicase el correcto uso del idioma en el ámbito oficial.

Los académicos habían estado expuestos a un constante peregrinaje desde el mismo nacimiento de la institución.

En los estatutos de 1927 no aparecía el lugar que debía ocupar la Academia, y hasta ese momento había sesionado en sitios diferentes, entre los que se encuentra la residencia particular de su primer director, Enrique José Varona.

Las consecuencias de este carácter itinerante también se hicieron sentir en la biblioteca institucional.

El Boletín de la corporación presentó diferentes secciones que con el tiempo cambiaron sus nombres o se refundieron en otras.

José López Isa, director general de Cultura, los académicos colaboraron en la organización del homenaje al Apóstol y fungieron como tribunal en los concursos convocados a estos efectos.

En 1927 la naciente institución intercambió opiniones con el español Gabriel Maura sobre las nuevas modificaciones que se realizarían a la Gramática.

Este último, junto con Juan Fonseca, llevó los asuntos de la lengua más allá del marco académico.

Cuando parecía que finalmente los académicos habían conseguido un espacio autónomo, el proyecto fracasó.