Tras sacar una titulación menor, comenzó a trabajar como administrativo en la oficina de patentes de Londres y prosiguió independientemente sus estudios sobre poesía clásica latina y griega, centrándose sobre todo en la primera.
Durante este tiempo escribió artículos donde iba dando cuenta de sus descubrimientos sobre Horacio, Propercio, Ovidio, Esquilo, Sófocles y Eurípides.
Escribió artículos en revistas especializadas y fue el encargado de preparar las ediciones críticas de poetas latinos como Juvenal, Lucano y Manilio, que todavía hoy se consideran autorizadas.
Cuando le preguntaron por qué había dejado de estudiar a los griegos y se había consagrado a los poetas latinos, respondió que había descubierto que no podía alcanzar la excelencia simultánea en ambos terrenos.
En su época se le tuvo por un gigante de la crítica textual, y sus fundamentadas, despiadadas y atrabiliarias reseñas tenían a los editores de clásicos grecolatinos atemorizados; misógino, a algunas de sus estudiantes femeninas las hacía llorar; con sus alumnos era ciertamente muy duro y solo tuvo un discípulo notable, el helenista Enoch Powell.