Desde esta fecha, en sucesivas elecciones trienales, fue elegida de nuevo abadesa hasta su muerte, a los 48 años, en 1921.
Como abadesa procuró aumentar la religiosidad del convento, dando ella los ejercicios espirituales previos a las consagraciones de las monjas.
Era rigurosa en la disciplina, cuidando el silencio, la liturgia y la distribución del tiempo de oración, actuando con caridad en la reprensión de las faltas o relajaciones; por lo que la comunidad la apreciaba.
Ella misma trabajaba en el lavado, en el servicio a las monjas enfermas o necesitadas y en la limpieza del Convento Frente a la situación económica deficiente, era prudente en los gastos, y en las deudas cuidadosa, recibía limosnas para sobrevivir, poniendo su confianza en el Señor.
Su formación reglada se limitó al nivel llamado entonces de párvulos, pero como escribió Sor Ángeles, en el convento y en su trato con Dios y la Santísima Virgen adquirió sus conocimientos.