En 1662 fue designado como gobernador de Chile, donde se destacó en las guerras contra los araucanos.
Designado en 1668, asumió en Córdoba en mayo de 1670 y recibió el mando de su antecesor, Alonso Mercado y Villacorta, en Santiago del Estero en junio.
Informaba también que luego de haber estado tres meses en Córdoba, había pasado por Santiago del Estero, a la que halló arruinada por las inundaciones provocadas por el río Dulce, que estuvo a punto de hacerla desaparecer.
Agregaba Peredo que si no se conseguía la acequia, sería imposible conservar la ciudad en ese sitio y que convendría mudarla a otro más cómodo.
Efectuada la propuesta a los vecinos, estos la rechazaron ya que amaban al suelo donde nacieron.
Se habllaban consumidos y sus pueblos disipados por las pestes que hubo en ese entonces, dificultando de esta manera su adoctrinamiento y enseñanza ya que apenas había pocos sacerdotes para administrarles los sacramentos.
En 1674, por Real Cédula se le hizo saber al gobernador que los aborígenes del Tucumán no debían ser esclavos y que los nuevos reducidos estaban exentos de tributos por veinte años.