[1] Deutscher nació en Chrzanów, un pueblo de Galitzia, en la actual Polonia, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro, en una familia judía muy religiosa.
Sin embargo, cuando llegó a la edad de celebrar su bar mitzvá había perdido la fe.
Probó a Dios comiendo alimentos no kosher ante la tumba de un Tzadik (una persona justa en el judaísmo) en Yom Kipur.
Asimismo, tradujo poesía del hebreo, latín, alemán y yidis al polaco.
[2] A su regreso, Deutscher cofundó el primer grupo anti-estalinista del Partido Comunista Polaco, criticando la línea del partido acerca de que el nazismo y la socialdemocracia no estaban en las antípodas sino que eran hermanos gemelos.
[2] En 1940 se alistó en el Ejército polaco en Escocia, pero fue encarcelado acusado de peligroso subversivo.
[2] Asimismo, escribió para el periódico The Observer como corresponsal itinerante europeo bajo el pseudónimo Peregrino.
Orwell consideraba a las personas incluidas en la lista como de tendencias pro-comunistas y por tanto inapropiadas para escribir según el departamento.
La biografía sobre Stalin escrita por Deutscher le convirtió en una autoridad creciente sobre asuntos soviéticos y la Revolución rusa.
Gran parte del material contenido en el tercer volumen se encontraba inédito, hasta que la viuda de Trotski, Natalia Sedova, dio permiso a Deutscher para investigar en la sección cerrada de los archivos.
Su trotskismo se había convertido para entonces en una forma de humanismo marxista, aunque nunca renunció a Trotski.
[2] Las clases en la Cátedra G. M. Trevelyan, bajo el título La revolución inacabada serían publicadas tras su repentina e inesperada muerte en Roma en 1967.
Soy, sin embargo, judío, por fuerza de mi incondicional solidaridad con los perseguidos y exterminados.
El hombre herido se queja del otro por su miseria y jura hacerle pagar por ello.
[9] En La Guerra Árabe-Israelí, junio de 1967 (1967), Deutscher, un marxista de orígenes judíos cuya familia más cercana murió en Auschwitz y cuyos familiares lejanos vivían en Israel, escribió: Aún debemos ejercer nuestro juicio y debemos no permitir que se nuble por emociones y memorias, por muy profundas u obsesivas que sean.
No debemos permitir incluso las invocaciones de Auschwitz que nos chantajean para apoyar la causa equivocada.