Comienza afirmando que el hombre es de naturaleza múltiple y ambigua, múltiple porque incluye tres almas: vegetativa, sensitiva e intelectiva, y ambigua porque ocupa un punto intermedio entre las cosas mortales e inmortales.
Además, el número puede ser único para la especie o para cada individuo.
La inmortalidad del alma es un acto de fe, y no es demostrable por la razón, en los argumentos de Aristóteles no es posible demostrar la inmortalidad del alma.
La relevancia ética de esto parece ser que la vida moral perdiera su centro, pues la idea de la inmortalidad del alma es el instrumento de temor o recompensa, por tanto se deduce que al no poder justificarlo, el hombre será el animal más desdichado (Ficino).
Es verdad que hay muchas personas que preferirían el deshonor y el vicio, si con la muerte termina todo, eso prueba únicamente que esas personas no entienden la verdadera naturaleza de la virtud, ella es su propia recompensa, añadida a cualquier otra recompensa ella aminoraría el valor de la virtud, ella no es un medio para conseguir otra cosa, la idea de la inmortalidad es desplazada por la idea de progreso, así la humanidad entera sería como un individuo, las leyes morales no necesitan sustentarse ni en el miedo, ni la esperanza, sino que nacen de la misma fuerza sustantiva de nuestro propio ser, con lo que se formula por vez primera el principio de la autonomía moral.