Tratado de París (1898)

Cuba declaró su independencia en 1902 pero se mantuvo bajo influencia dominante estadounidense por medio de la Enmienda Platt y otros tratados hasta la revolución comunista liderada por Fidel Castro en 1959.

Al igual que Puerto Rico, Guam pasó a ser un territorio estadounidense no incorporado en 1950.

Aunque durante las negociaciones España intentó incluir numerosas enmiendas, finalmente no tuvo más remedio que aceptar todas y cada una de las imposiciones estadounidenses, puesto que había perdido la guerra y era consciente de que el superior poderío armamentístico estadounidense podría poner en peligro otras posesiones españolas en Europa y África.

La guerra hispano-estadounidense había tenido un desenlace rápido y previsible, debido a la superioridad armamentística estadounidense.

[1]​ La delegación española contaba con los siguientes diplomáticos: Eugenio Montero Ríos, Buenaventura Abárzuza Ferrer, José de Garnica, Wenceslao Ramírez de Villaurrutia y Rafael Cerero, además del citado diplomático francés, Jules Cambon.

Aunque en Madrid, las Cortes rechazaron el tratado, la reina regente procedió a firmarlo, pese a estar inhabilitada para ello claramente por el artículo 55 de la Constitución española de 1876 que rezaba así:

En Estados Unidos el tratado también encontró una fuerte oposición, ya que según se discutió en el Senado de los Estados Unidos, en realidad no hacia otra cosa que oficializar la sustitución de un imperio por otro.

John Milton Hay , secretario de Estado de los Estados Unidos , firmando la ratificación del tratado.