La obra fue exhibida por primera vez al público en 1876, con motivo de la segunda exposición impresionista.
El lienzo provocó escándalo debido al crudo verismo del trabajo pictórico: particularmente mordaz fue la crítica de Albert Wolff, quien escribió en Le Figaro:
Renoir traduce este fenómeno en el lienzo eligiendo representar el torso de una joven bañista de nombre Anna que, para protegerse del sol abrasador, se sumerge en una naturaleza verde y exuberante.
Donde su tez es alumbrada directamente por la luz solar, adquiere los tonos rosados habituales; sin embargo, si la luz se imprime en la piel de la chica y primero debe penetrar a través del follaje, actúa como un filtro; entonces aquí se crean parches que ya no son rosados, sino en su mayor parte verdes.
Con esta revolucionaria técnica, además, Renoir pudo contener la pérdida de luz reflejada y dar vida a una imagen que devuelve la misma intensidad visual que se obtiene con una percepción directa de la realidad.