Este neologismo se entiende también como una técnica de compostaje en su procedimiento, aplicable en la descomposición de seres vivos una vez ocurrida su muerte para que el cuerpo se convierta en parte integral de un abono orgánico para un jardín, bosque o parque.
[2] Esta práctica ha encontrado adherentes dentro del activismo ecologista, quienes sostienen que un entierro con el rito funerario tradicional contemporáneo es contaminante para la gestión del suelo, tanto por el cadáver en sí como también los materiales utilizados durante el proceso fúnebre, como el féretro y las tumbas.
Con el fin de evitar vacíos legales, en algunas jurisdicciones ya se está comenzando a legislar con respecto a este tipo de proceso funerario en específico.
[4] Desde diferentes sectores se han realizado críticas e intensos debates éticos con respecto a la realización de este procedimiento, argumentando que no se le está dando el debido respeto y trato a una persona fallecida.
Bajo un punto de vista religioso, la Iglesia católica en Estados Unidos ha sido enfática en mantener una oposición a la realización de este tipo de entierros en los estados donde se han dispuesto a regularlos, argumentando que atenta contra la dignidad humana la utilización de un cadáver como fertilizante o abono.