Teoría de las signaturas

En su variante verbal, el signo no se encuentra sobre el objeto curativo, sino que es o está asociado a su nombre.

Se atribuye a Paracelso, enfrentado con la medicina galénica, la recuperación y nuevo impulso de esta teoría precientífica o protocientífica, según la cual Dios puso en cada ser natural las señales necesarias para que, desde el principio, se sepan sus virtudes terapéuticas.

En casos como la utilización del cangrejo contra el cáncer o la uva contra la uvulitis, la misma semejanza explica el nombre, trasladado del objeto natural al mal o la parte anatómica, y el uso, de carácter homeopático.

Análogamente, para las tercianas se tomaban del llantén tres raíces, y para las cuartanas, cuatro.

[3]​ La misma virtud afrodisíaca que al cuerno del rinoceronte, se atribuye en Japón a determinados hongos, igualmente por su apariencia fálica.

Bach elegía las especies tras una observación sistemática y cuidadosa de la planta en aspectos como la relación de la misma con el medio, su polinización, su estrategia reproductiva, en cómo reacciona frente a determinados estímulos externos (sol, insectos, otras plantas etc), pero principalmente era una persona muy sensible que cuando padecía estados emocionales desequilibrantes, se acercaba instintivamente a la planta o flor que aliviaba sus síntomas y tomaba nota de ello para luego corroborar sus usos posibles para curar determinados males anímicos .

La teoría de las signaturas podría ser útil como una guía para recordar (con fines didácticos) las supuestas propiedades asignadas, pero se la considera totalmente ineficiente para explicar mecanismos de acción farmacológica o efectos biológicos que se demuestran por procedimientos comprobables.

Las hojas trilobadas de Hepatica nobilis eran interpretadas como signo de su valor terapéutico para los males del hígado.
La figura de la semilla en la nuez sería, según esta tradición, señal inequívoca de su utilidad contra las afecciones de la cabeza.