Son débiles: me he dejado conmover, especialmente por ella, con esa cara humilde y sin embargo apasionada, con sus ojos de niña que ha venido de un mundo más claro que el nuestro.
Se han sentado en el establo, en silencio; como si rezaran sin palabras o esperasen un milagro.
Asiste a esa pobre mujer con tantos miramientos como si ella fuese una reina y él un señor convertido en esclavo.
Llevar a esa pobrecita por los caminos, en este mes frío y en sus condiciones, no es propio de un hombre juicioso.
Y hasta el Libro ordena dar albergue a los peregrinos abandonados.
Yo soy más viejo, y no puedo correr como ellos, pero, en compensación, conozco el mundo un poco mejor que ellos.
Tenían la cara y los vestidos iluminados, sin que pudiera entender de dónde venía la luz.
Y esos corren, como locos perseguidos, para ir a ver el milagro.
Durante el día, pobres de nosotras, si nos acercamos por allí, nos arrojan con gritos y a bastonazos.
Y todo por culpa de esos pastores enloquecidos que han salido corriendo por hacer caso a aquellos jóvenes relucientes.
En cambio, me lleva a un establo fuera del pueblo, alejado, medio derrumbado.
A la madre toda tranquila y plácida, sentada cerca del pesebre, como si nada hubiese ocurrido.
¿Por qué me han arrancado de casa, donde soñaba tan bien, si todo se ha terminado?
Aquellas nos son personas como las otras, y yo no quiero ni tocar su dinero.
Mañana, apenas se haga de día, quiero explicárselo todo al centurión.
Son hombres, por tanto, perseguidores de mi raza, y no hay que dejarse ver.
Esperaba encontrar alguna migaja de pan que se le hubiera caído hoy al labrador y algunos granos de trigo que se hubieran quedado entre la paja, como otras noches.
Los pastores han encendido fuego y se ve como si fuera de día.
Esos cabreros están ahí, alrededor del pesebre, con los ojos abiertos, como si adoraran a ese niño que acaba de nacer.
¿Cómo es posible que un ser tan milagroso haya escogido esta mugrienta cabaña para venir al mundo?
De él emana un resplandor caliente, una luminiscencia amorosa que atraviesa todas las cosas y hace bien al corazón.
Ya soy viejo y he trabajado durante tantos años que mis pobres huesos están cansados.
Pero por él haría gustoso cualquier cosa: llevar a cuestas una montaña, arar todos los campos de Judea.
Me parece que hace poco he regresado al nido y en esta época del año las noches no terminan nunca.
¿Será posible que los hombres se hayan puesto de repente a volar como nosotros?
Y a mí, que mañana a primera hora tengo que levantar el vuelo para buscar alguna semilla o algún residuo para no morirme de hambre, estas luces y estas voces no me convienen nada.
Y esa criatura dulcísima tendida en el pesebre, que contempla a todos como si los quisiera consumir con su corazón.
He oído decir a los pastores que les fue anunciado el nacimiento de un Dios.
¡Y pensar que yo lo he visto nacer, yo, pobre bestia de carga despreciado por todos!
¿Por qué misterio ha querido iniciar su vida aquí, en este pedazo destartalado, destinado a nuestros morros hambrientos?