Se trata de la última contribución al género sinfónico del célebre maestro austríaco.
El padre Leopold Mozart planeó la gira para exhibir a sus prodigiosos hijos, Wolfgang y Nannerl en las principales cortes europeas.
[3] Posteriormente Leopold y sus hijos pasaron en Viena varios meses de 1768 durante los cuales el joven maestro hizo un esfuerzo consciente por adaptar su estilo sinfónico a los gustos del público vienés, adoptando entre otras cosas la estructura en cuatro movimientos.
En enero de 1779 regresó a su ciudad natal donde creó otras tres sinfonías (n.º 32, 33 y 34) con las que cierra su etapa en Salzburgo.
Al igual que sus contemporáneos, Mozart componía casi siempre por motivos prácticos, pero en este caso no se ha identificado ninguno.
La explicación menos plausible es que compusiera su gran trilogía sinfónica final como resultado de una «necesidad interior» personal.
La hipótesis de Robbins Landon se basa en gran medida en una carta sin fecha escrita por Mozart a su principal benefactor, su compañero francmasón Michael Puchberg.
[16] El sobrenombre Júpiter al parecer fue asignado por Johann Peter Salomon, empresario alemán establecido en Inglaterra.
[15] Para Neal Zaslaw las evidencias circunstanciales parecen indicar que sí hubo un estreno.
No obstante, resulta imposible determinar si dichos conciertos se celebraron o tuvieron que ser cancelados por falta de interés.
[1] La primera edición fue llevada a cabo en 1793 por el editor Johann André en Offenbach, que publicó las partes.
La partitura completa fue editada por primera vez en octubre de 1807 por Cianchettini & Sperati en Londres con el título A Compleat Collection....No.XVIII.
Posteriormente también fue editada en 1880 por Breitkopf & Härtel en Leipzig, que la publicó bajo la denominación Wolfgang Amadeus Mozarts Werke, Serie VIII, No.
[20] La partitura está escrita para una orquesta formada por: Mozart anotó el violonchelo y el contrabajo por separado en el primer movimiento.
Es probable que se emplease el clavecín, si estaba presente en la orquesta, para reforzar la línea del bajo.
La pieza encarna con acierto lo que hoy se identifica como paradigma de la forma sinfónica del Clasicismo: cuatro movimientos, el primero y el último en tempo rápido, el segundo más lento, el tercero un minueto con trío.
Tras una regularidad inicial, la duración irregular y cambiante de las frases contribuye también al ímpetu dramático.