Sinclética
Anacoreta y virgen cristiana, vivió en el desierto sin ocultar su identidad femenina.[1] Tras la muerte de sus padres, se cortó el pelo como símbolo de su reconocimiento de que era una persona nueva, entregó su herencia a los pobres y se retiró a vivir como ermitaña en una cripta o tumba a las afueras de la ciudad con su hermana.[1][2] Al extenderse su fama de asceta, otras mujeres fueron a vivir con ella, siguiendo su ejemplo.[1] A los 80 años enfermó de cáncer y tisis, que soportó cristianamente, y se le reveló en una visión cuándo moriría.«Un tesoro sólo está seguro cuando está escondido; descubrirlo equivale a exponerlo a la codicia del primero que venga y a perderlo; igualmente, la virtud sólo está segura cuando permanece secreta, y quien la ostenta la verá disiparse como el humo».