Con puertas y ventanas cerradas, los Alamán se quedan expectantes ante el inevitable embate de los furiosos ejércitos insurgentes.
Mientras tanto, en la Alhóndiga de Granaditas, los pocos efectivos que se encuentran en el edificio no son suficientes para contener a los insurgentes y en pocos instantes, los rebeldes consiguen derribar las puertas de la Alhóndiga.
Las horas dan paso a la noche y sin embargo, el saqueo de la ciudad se sigue desarrollando sin freno.
Después de sortear varios obstáculos, consiguen llegar a los cuarteles del párroco para luego contarles su situación y pedirle auxilio.
Éste, en memoria de la amistad que conservó con el difunto padre del joven Alamán, les entrega a un guardia para protegerles.
Ya encerrado y condenado a muerte, Hidalgo revivirá con arrepentimiento los actos que atestiguo durante la toma de Guanajuato.