Es uno de los tantos santos fundadores que caracterizaron el siglo XVI.
Sin embargo, la vida le deparó un camino dirigido al sacerdocio; después de la estricta preparación teológica y bíblica fue ordenado sacerdote en 1528 a la edad de 26 años en la misma iglesia donde había realizado sus actividades pastorales como laico, en la iglesia bizantina de San Vidal.
Fue en 1533 que el papa Clemente VII aprobó la nueva orden de los Clérigos Regulares de San Pablo que serán llamados posteriormente por el pueblo barnabitas, en virtud de la primera iglesia que la nueva orden construyó y dirigió en Milán, dedicada a san Bernabé.
Junto a la condesa de Guastalla, Ludovica Torelli, que ya reunió mujeres dirigidas por el joven sacerdote cremonés, fundó en 1535 la congregación de las Hermanas Angélicas de San Pablo, mujeres que tenían por entonces una intensa actividad apostólica en las calles, casas y hospitales, una innovación renovadora inusual para la época pero que, sin embargo, el Concilio de Trento las llamó posteriormente a la clausura.
Las comunidades se enriquecían continuamente con más miembros y gracia divina.