Desde pequeña sintió el deseo de consagrar su vida a Jesús.
Rosa dio inicio a su vida monacal en el nuevo monasterio de Calais en Francia, pero al estallar la persecución religiosa en ese país, tuvieron que trasladarse a Bélgica.
Fue gracias a su labor que las dominicas del rosario perpetuo se establecieron en los Estados Unidos y en Bélgica.
Ella misma narra de sus encuentros y visiones en una autobiografía, aún inédita.
[2] Los últimos años de vida, la fundadora los pasó como misionera, en el exilio, en Baltimore (Estados Unidos).