Nunca llegan a conseguirlo y tienen que dejarlo para el año siguiente.
Este hecho es aprovechado por las poblaciones limítrofes para acercarse hasta Arnedo a hacer negocios.
Es en este momento cuando surge la tradición del robo de los santos que ya en el siglo XIX se encuentra documentada y termina de asentarse durante la primera mitad del siglo XX.
Son dos bustos de madera casi iguales, con barba pequeña y pelo negro crespo.
Son imágenes-relicario con una vitrina en la parte delantera donde se guardan unos trozos de huesos.
Tras esto, caminan todos juntos, cantando las auroras por las distintas estaciones, hasta la iglesia de Santo Tomás donde les recibe el párroco para saludarles.
En todos los intentos, los arnedanos les bloquean el paso al grito de «pautraño» (para otro año).
En 2019, se concedió el título de «Interés Turístico Nacional» a esta fiesta religiosa.
Sobre seis columnas estríadas se abre un frontón y tímpano que recuerda el estilo grecorromano.
Para pasar al interior es necesario franquear una monumental puerta adornada con artísticos clavos y molduras.
Estos bustos relicarios son los que los andosillanos y arnedanos se disputan cada 27 de septiembre.
Tiene ingreso de medio punto soportando un frontón triangular roto con un altorrelieve del Padre Eterno.
En el atrio, se hallan figuras de san Joaquín y varios ángeles.
Posee altar barroco con lienzo de san Sebastián en el ático, todo del siglo XVIII.
El sepulcro con Cristo yacente de tamaño natural, barroco del siglo XVIII.
En la pared del coro bajo, cuelga una gran cruz de madera: dos personas, elegidas a sorteo el Domingo de Ramos, trasladan esta cruz a hombros hasta el Calvario, cerro al oeste de la ciudad, al tiempo que se rezan las XIV estaciones del Vía Crucis, el Viernes Santo.