Robar cadáveres era un delito menor, punible sólo con multas y cárcel, pero no con la muerte.
En los Países Bajos los hospicios acostumbraban a recibir una pequeña parte de las multas que los funerarios pagaban por infringir las leyes sobre enterramientos y revender los cuerpos (normalmente los de aquellos sin familia) a los médicos.
Cuando alcanzaban el ataúd (en Londres las tumbas eran poco profundas), lo rompían, ataban una cuerda alrededor del cadáver y los sacaban tirando.
Tenían cuidado de no llevarse joyas o ropas, lo que habría supuesto un delito mayor.
En muchos casos estos estudiantes tenían que recurrir al robo de cuerpos.