Esta actividad es considerada para los indígenas como un ritual y es por ello que todas las mujeres deben llevar un característico mandil blanco, acompañadas por un cántaro de barro, adornado con miniaturas de madera, flores o frutas.
[1][3] La leyenda atribuye al río Cupatitzio cuando dejó de sonar como antes, quedando seco, los campos verdes sin agua estaban tristes y amarillos.
Hasta que un día Fray Juan de San Miguel se puso a meditar esta desgracia, sus ojos volteaban al cielo y sus plegarias como sus rodillas no dejaban de tocar el suelo.
Un rayo divino hizo que sonaran las campanas y la gente se juntó.
Esta es la leyenda que da vida a las Aguadoras quienes hicieron una procesión a la Virgen y las doncellas del pueblo, las huananchas o muchachas que la custodiaban hasta llegar al manantial que estaba seco y triste; se oró y Fray Juan de San Miguel roció agua bendita entre las rocas del cauce vacío.